Raliaga's Memories

Anécdotas, historias, (malos) ejemplos, referencias y chascarros.

martes, junio 20, 2006

Domeyko 2164

Este es el primero de una serie de compilados sobre los recuerdos en los muchos lugares en que he vivido.

Cuando llegué en el 2001 a estudiar a Beauchef-landia, el temor a esta "maligna" ciudad me motivó a buscar un lugar donde vivir lo más cerca posible, y así fué como llegué a la Pensión de doña Hilda, en Domeyko 2164, a una cuadra y media o menos de la Escuela.

En un comienzo, todo pareció estar en orden, una amplia pieza con una cama, unas sillas, amplias ventanas, un tocador, ropero, entre otras cosas.

¿Los peros?, varios:

- El baño estaba alfombrado.
- El calefont estaba dentro del baño.
- No se podía ocupar la cocina.
- No se podía cerrar la pieza con llave.

Lo primero era vista como una "ventaja" para doña Hilda, pero wueh... lo segundo, pasé meses hacíendole entender que era peligroso, pero jamás pescó. Lo tercero, era basado en que "no quería que le dejaran su loza sucia". Pero doña Hilda no creía en el milagro del lavalozas, y sólo lavaba con limón natural y agua... se imaginarán que teniendo los miles de años que tenía doña Hilda, las ollas no eran precisamente un ejemplo de pulcritud...

Lo último, denota un poco la obsesión de esta señora por la limpieza.

Recuerdo de una vez haber dejado caer accidentalmente en la gigantesca caja de cartón que usaba de papelero al salir de mi casa, mi agenda telefónica, ante lo cual, después de haber caminado una cuadra, y haber reflexionado lo peligroso que era haberla dejado en ese lugar, me devolví... pero doña Hilda era ultra-hiper-activa pese a su edad, y rápidamente ya había entrado a mi pieza, hecho la cama, y sacado la basura, basura que por supuesto, tuve la mala pata de no poder frenar, pues para colmo, ¡el camión estaba justo afuera!

Adios números de teléfonos...

Doña Hilda era tan maniática con el aseo, ¡que incluso barría y trapeaba detrás de tus pasos!.

...

Su pensión incluía desayuno, que a los dos meses después de haber notado un pedazo de virutilla y otro de elásticos raros en el pan acompañando al queso/mortadela, decidí suspender.

Pero no todo era "terrible" donde doña Hilda, allí vivía también doña Carmen, que trabajaba en Chilefilms desde hace 25 años, y desde alguna buena parte de esos años, vivía con doña Hilda. Solían tomar té y conversar cosas exóticas en las tardes, siempre ahí, abrigadas con su chal mirando a través de sus lentes poto de botella doña Carmen, y los ojos negros y profundos de doña Hilda fijados en el piso, como por costumbre...

Un dia, llego a casa y la pieza de doña Carmen estaba totalmente vacía.

"Unos parientes del sur le llamaron urgente, y se fué con su familia para nunca más volver", dijo doña Hilda mientras adornaba sus palabras con clara desazón, cerrando su chaquetita de lana tejida a crochet, y mirando con altivez mirando al sudeste...

Como no iba a estar funada, si se le iba su única amiga y verdadera compañia.

Pues, para ser honesto, no procuraba estar acompañando a doña Hilda, y a pesar de que ella vivía allí en su casa junto a su sobrino, este tipo era realmente un cero aporte... siempre me dió la impresión de que lo único que estaba esperando era juntar plata para dejar botada a doña Hilda...

Después llegó Andrés Hurtado, también Beauchefiano, y proveniente como su servidor, de las estepas Rancagüinas.

Andrés no aprobó la resistencia de doña Hilda al milagro de los lavalozas, así que una de las primeras medidas que adoptó al llegar a casa, fue regalarle un pack de utensilios de todo tipo: Lavalozas, detergentes varios, "limpia*" (con "*" denotando cualquier cosa que se te ocurra pueda ser limpiable) , etc.

Después pasaron las semanas, y todo parecía estar ok, pero a Andrés también le incomodaba el no poder tener su espacio propio, y que doña Hilda, enarbolando la bandera de la limpieza y el orden, siempre se estuviera metiendo a su pieza.

Fue así como una vez conversando de la vida en mi pieza, estabamos mirando hacia la ventana (que estaba opuesta a la puerta), comentabamos las ganas que teníamos de cambiarnos de lugar, las excentricidades de doña Hilda, entre otras cosas, cuando de pronto, al despedirse para irse a dormir, notamos que la puerta estaba entreabierta...

"¿La dejaste abierta?" pregunta Andrés,
" ... ¿no?" le respondo.

Ahí tuvimos entre un ataque de miedo y un ataque de risa, justo comentabamos lo "tenebroso" que era escuchar la respiración de doña Hilda en el teléfono cuando estabas hablando...

Cosa que me pasó a mí cuando le contaba a mi amiga Feña mis peripecias en la pensión... A la mañana siguiente al ver a doña Hilda traté de escupir alguna explicación, pero partió ella disculpándose por tener el teléfono suelto en su pieza mientras yo hablaba...

" Es que lo dejo encima del velador mientras usted contesta en el living "
" Que bueno saberlo "
" De todos modos, no escucho yo las cosas que hablan, puros ruidos no más..."
" Ah..."

A doña Hilda era difícil creerle esto último. No porque no fuera honesta, para nada, sino porque ella era una señora proveniente del campo, que muy joven ingresó a trabajar de asesora del hogar de una familia X que vivía en Domeyko 2164, hasta que repentinamente, los hijos de la familia se fueron y desaparecieron, y al fallecer sus patrones, ella quedó como heredera de la casa.

Su única gente era la familia a la cual sirvió, a los cuales les tenia gran cariño y respeto (guardaba fotos de ellos en el living), además de una sobrina random por ahí, y el otro sobrino que vivía allí. Por ello que la partida de doña Carmen le afectó notoriamente.

Así, no es de extrañar que esa prestancia y humildad que llevaba en la médula espinal, le haya hecho decir que jamás escuchó cuando le contaba a mi amiga lo absurda de sus manías de aseo, de su baño alfombrado, y todo lo demás.

Después de todo, doña Hilda mala gente no era, tenía sus rarezas como todos, pero ella era pura bondad.

Al terminar el año, decidí aventurarme por nuevos rumbos, y dar un paso más allá en mi búsqueda de un lugar para vivir.

Literalmente un paso, me cambié una cuadra más lejos, a Gay 2137.

Al sacar mis cosas, me despedí cordialmente de doña Hilda, y cuando mi papá le preguntó "¿Como se portó el niño?" , le dijo puras flores de mi.

Doña Hilda debe ser una especie en extinción, de esas personas que se puede estar cayendo el cielo a pedazos, de esas que pueden estar rodeadas de las más profunda y aborrecible mierda... pero que sólo ven bondad y cosas buenas.

Sinceramente, si yo fuera doña Hilda no sé que me hubiera pasado...

Su secreto deben ser las mantitas a crochet, los tecitos y levantarse todos los dias apenas sale el sol, a barrer la vereda y saludar a los pajarillos...

Saludos Doña Hilda, y gracias por haberme aguantado un año.

martes, junio 13, 2006

Anoche salí a fumar dos cigarrillos...

Se supone que yo no fumo...
Pero anoche salí a dar un paseo, era de madrugada, y tuve que salir a
caminar...
En algún lugar de la Alameda encontré un boliche abierto, donde
compré dos cigarrillos
Prendí el primero y me puse a caminar... le dí la primera aspirada y
me sentí rapidamente embriagado, una sensación como si el humo se
difuminara lejos dentro de mi cabeza en lugar de hacerlo en el espacio
de la noche.
Caminaba indeciso, estaba un poco confundido de si hacerlo con
rapidez para llegar a casa y continuar, o de si hacerlo despacio para
disfutar mejor del paseo.
Una voz en mi cabeza me repetía constantemente que era malo hacerlo,
sin embargo seguí caminando y fumando...
Por algún motivo no hice caso de las advertencias que el mismo
cigarrillo parecia hacerme, y sostuve con firmeza el cigarrillo en mi
mano... me balanceaba al caminar producto del sueño, del cansancio y
la sensación de volatilidad, repentinamente deje de mecer mi mano y la
metí al bolsillo, donde con una rara sorpresa descubrí que ahí estaba
el otro.
No hice caso y sostuve suavemente el segundo cigarrillo en mi mano,
oculto al resto de la gente dentro del bolsillo, para que dentro no se
rompiera, mientras seguía aspirando el humo del primero.
Emanaban de mi boca nubes de todo tipo, traté de formar mil formas
con cada una, pero el humo insistía en seguir errático y hacia todos
lados, como escapando con premura de mí.
Busque maneras de articular mis labios de manera de darle alguna
deseada forma a esas nubes, pero el seguía indómito, yendose
indecisamente en todas partes.
La indiferencia de las nubes del cigarrillo contrastaban con el calor
que producía en mi mano el sostenerlo, lo miré y trate de jugar con él
dandolé vueltas entre mis dedos, de los cuales parecía querer zafarse
pese al cuidado y la ternura con que jugaba con él.
Continué asi, hasta notar que a medida que se hacía más intenso el
calor en mi mano, era clara la señal del fin de las nubes, de la
ebriedad que me daba y hasta del calor mismo.
Me detuve un instante, y con las brasas criadas del primer
cigarrillo, encendí el segundo.
Este parecia distinto, me brindó ese calorcillo suave en mi mano
desde el primer instante.
Al aspirarlo y arrojar lejos el humo, con la idea ya renunciada de
darle la forma que yo quisiese, la adversidad del viento de la noche
arrojaba el humo de vuelta en mi cara, una y otra vez.
No era quizás lo que buscaba, pero estas nubes no eran indiferentes,
no buscaban alejarse sino pegarse a mi rostro, como dandome efusivos
abrazos en cada fumada...
Esta vez, el humo y el calor no constraban, iban de la mano dandome
la misma sensación del primero, como si se abocasen todas las formas
del cigarrillo a atraparme en él.
Estaba reconfortado y lejos de sentirme prisionero por el cigarrillo
que quería apretarme con sus abrazos, le respondí aspirandolo una y
otra vez, cada vez más intensamente... las voces que me decían que
esto era malo o poco saludable, ahora eran lejanas y ya eran
inaudibles.
Sostenía el cigarrillo siempre dentro de mi mano, con la punta de mis
dedos en el filtro y sus cenizas al centro, y mire con alegría como al
jugar a apretarlo y enredarlo entre mis dedos, en lugar de zafarse se
enredaba graciosamente, como si sintiera cosquillas, como si le
agradase.
Estaba tan contento que hasta un risa plagada de humo rompio el
silencio de mi noche.
Al llegar a mi casa, me di cuenta que se habia acabado el juego, que
debia volver a mi realidad, mas me detuve un instante a contemplar el
cigarrillo en mi mano que tenia en sus cenizas casi un rostro
dibujado, trate de descifrarlo pero mi inexperiencia fumando no me lo
permitió... "que importa!" me dije, y frente al farol fuera de mi
pieza le di una larga y profunda fumada, como si fuese la última
(aunque lo era), casi me desmayo de tanto estremecerme, pero me
agradaba...
Estaba mi cara muy cerca de su ceniza, al aspirarlo esta ardía y
fulguraba amenazando con adelantar la llegada de la mañana, cerré los
ojos entregandome a ese último y repentino abrazo que me daba el
cálido cigarrillo, alcanzé a ver antes de cerrar los ojos unos labios
como de amatista virgen y dos destellos esmeralda...
Se apagó el cigarrillo, dejandome la sensación de su compañia en mi
ser, como si en ese último beso quisiese perdurarse en mi sabiendo que
nos alejariamos... me sentí halagado ante tan espontanea, frágil y
dulce manera de despedirse...
Entre a mi casa... bienvenida ( ¿? ) realidad...
Se supone que yo no fumo... pero bueno, cada uno tiene sus drogas...
enamorarse, fumar, que más dá...

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Hace un año... Pensión Osorno times... ya dejé de fumar...